Barcelona bebe de la cocina catalana tradicional, que está representada por los platos de mar i muntanya (mar y montaña), por frutas y verduras de producción local, deliciosas salsas y postres de elaboración propia, como los panellets o la crema catalana.
Atendiendo a la historia, Barcelona se abrió al mundo de la restauración en el siglo XVIII, fecha en la que abrieron las primeras casas de comidas de la ciudad. Eran cocineros italianos que fusionaron sus recetas con la cocina local. En el siglo XIX, y para deleite de la burguesía catalana, llegaron las influencias de la cocina francesa. Desde entonces, la Ciudad Condal ha experimentado una evolución gastronómica natural y lógica, donde la alta cocina y los platos de autor son hoy los verdaderos protagonistas.
La herencia de sabor y la tradición se han fusionado con la cocina de los nuevos tiempos y como resultado en Barcelona se han formado y desarrollado algunos de los mejores cocineros del mundo, algo que sin duda se explica por la unión entre la fuerte tradición culinaria y por la voluntad de renovación.